Un pueblo en la historia
No hace mucho tiempo, en la década de los cincuenta, México era visto aún como lo que ya había dejado de ser. Los que lo miraban desde el exterior insistían en hacerlo a través de la gente de los países occidentales y claro, los resultados eran poco optimistas: “país semifeudal”, “agrario con escuálido desarrollo industrial”, “colonial o semicolonial”, ambos también, “estación de la metrópoli” o “en estado embrionario”. Los del interior persistían en una proclividad poco imaginativa: en observarlo con los ojos de los de afuera. Los primeros se embelasaban deshojando al México indígena y su inconfundible historia campesina. Los segundos preferían identificarse con el “interés nacional por superar el subdesarrollo”.
Los sesenta son la época de la expansión de las clases medias citadinas y de la emergencia de un nuevo proletario industrial. Es el tiempo de emigrar por millones a la ciudad, al hacinamiento. En el campo, las cosas transcurren de otro modo. En lucha sorda y nacional, bajo las formas más variadas de dominación, el terrateniente y el capitalista agrario –que se apropian directamente del producto del trabajo de campesinos y peones- vencen aquí, allá y luego en muchas partes la resistencia de ejidatarios y pequeños campesinos.
Más que ninguna otra, la década que se inicia con la huelga ferrocarrilera y que transcurre hasta la matanza de Tlatelolco yace desdibujada en las ciudades.
De 1958 a 1968 constituyen las crisis entre las cuales se manifiesta el México de transición. La de 1958, resultado del desplazamiento del nudo de las contradicciones políticas hacia la clase obrera industrial, resume el empeño derrotado y aplastado de importantes capas del proletariado por librarse de las tenazas de la burocracia fabril. La derrota de una clase, la obrera, engendra las condiciones del ascenso de otra, la media.
Por el sendero de la huelga
El 13 de febrero de 1958, cuando el presidente de la Asociación Nacional de Banqueros clamaba que la huelga de los telegrafistas no tenía “justificación legal” y que tolerarla equivaldría a “sentar un precedente”, nadie pensó que sus palabras resultarían proféticas. Esta vez, la “actitud de intolerancia” de los telegrafistas no sólo habría de sentar un precedente, sino que marcaría el inicio involuntario de un inolvidable movimiento huelguístico, el más importante del México contemporáneo. Unas cuantas semanas después, petroleros, maestros y ferrocarrileros seguirían el mismo camino.
Si los obreros exigían una “vida más digna”, no lo hacían con la intención de acrecentar las mejoras logradas en los años anteriores. Por el contrario, era la urgencia de resguardar sus conquistas lo que los incitaba a la protesta y a la huelga.
Si en las ciudades la situación era crítica, en el campo era dramática. Los jornaleros y los peones agrícolas deambulaban en vano de una región a otra en búsqueda de empleo. En 1956, año previo al estallido de la crisis, la agricultura nacional atravesaba ya por serios problemas y no precisamente de origen externo. Unos, latifundistas y terratenientes, preferían invertir en maquinaria e infraestructura (“los precios de afuera no son tan buenos y los de adentro no gozan de garantía”). Otros minifundistas, habían sido despojados en los últimos tres años de un 30% de los créditos usuales. El resultado final fue una sensible baja de la producción total. Con excepción del trigo y el café. La primera y evidente consecuencia de la crisis de la agricultura nacional fue el aumento de los precios de los productos de consumo mínimo de la población urbana. La segunda la congelación de salarios y la retracción del gasto, público; la crisis de la economía del país de 1957-1958, la más devastadora desde el cardenismo, era el resultado de la confluencia de dos grandes movimientos: la crisis mundial y la crisis de la agricultura nacional.
Durante el sexenio, Adolfo Ruiz Cortines y su séquito habían adoptado el camino tradicional para dar respiro a esta contradicción: el endeudamiento público. El gobierno fue obligado a adoptar su verdadera faz: realizó un cambio devastador en la distribución de los créditos agrícolas, los concentró en pocas manos, y remitió a los ejidatarios a los pasillos de la burocracia encargada de los asuntos agrarios. No se olvidó de pedir paciencia al campo. A los trabajadores urbanos les congeló el salario y las prestaciones. Retrajo el gasto público y lo canalizó hacia la industria manufacturera para “crear un clima favorable a las inversiones nacionales y extranjeras”.
“charros”, “charrísimo”, “charrazos”
el 21 de julio de 1948 el secretario de Hacienda, Ramón Beteta, cancela la paridad del peso con respecto al dólar. Días después, sobreviene la devaluación. En respuesta, el sindicato ferrocarrilero, el petrolero, el minero-metalúrgico, el de telefonistas y la Coalición de Sindicatos Industriales, llaman a un “paro general en el Distrito Federal para contrarrestar la política antiobrera yanqui del presidente Alemán. El 22 de agosto, los agentes del Estado Mayor Presidencial, encabezados por el coronel Serrano, y por ordenes expresas del presidente Miguel Alemán, toman por asalto los locales del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana. El Comité Ejecutivo Nacional del STFRM es desconocido por el gobierno. Jesús Díaz de León, obrero ferrocarrilero “El Charro”, traiciona a sus compañeros y acepta colaborar con el presidente. Respaldados por las bayonetas, “los charros” (seguidores de “El Charro”), usurpan la dirección del STFRM. La intención de la alianza gobierno-“charros” es obvia: aplastar al grupo ferrocarrilero de Acción Socialista Unificada.
Desde aquella fecha, el “charro”, el “charrismo” y los “charrazos” pasaron a formar parte de la compresión popular del drama sindical.
sábado, 26 de abril de 2008
Cristina González
El movimiento feminista en México: aportes para su análisis.
Al revisar los sucesos de los primeros cuarenta años del siglo pasado, en materia de movilizaciones feministas y de mujeres, se encuentran algunas similitudes con la etapa actual; por un lado, no fue casual que para la misma época se estaban desarrollando importantes luchas feministas –en especial las sufragistas- en algunos países europeos y en los Estados Unidos y que esto seguramente sirvió de ejemplo a las mujeres mexicanas.
Ya desde mediados del siglo pasado, más precisamente desde 1857, comienzan importantes movimientos huelguísticos en Jalisco y Veracruz, protagonizado por mujeres que habían sido incorporadas masivamente a la industria textil y tabacalera. Sus demandas: aumento de salario, reducción de la jornada de trabajo y las específicas de licencia por maternidad y protección para sus hijos. Y entre 1880 y 1885 (ya en plena etapa porfirista) las huelgas encabezadas por mujeres se suman al espectro de intensa lucha sindical del momento.
Hay que agregar que fueron muy importantes algunas de las medidas tomadas durante el gobierno de Benito Juárez, más específicamente la ley de Reforma Educativa, que le da un gran impulso a la creación de escuelas secundarias, de artes y oficios para mujeres. De esta manera surgieron maestras, profesionistas y periodistas, entre otras.
También se crearon organizaciones feministas tales como “La siempre viva” en 1870, asociación para la educación de la mujeres; “Las Hijas del Ànahuac” que tiene un papel destacado organizando a las obreras de fábricas de hilados y tejidos; La Sociedad Protectora de la Mujer, para defensa de las mujeres presas y perseguidas políticas, y la Asociación Cosmos (1904) que se manifiestan contra la dictadura de Porfirio Díaz y apoyan a Madero e intervinieron activamente en los primeros clubes liberales.
En 1919 se formó el Partido Comunista Mexicano que, había de tener una fuerte influencia en las organizaciones femeninas durante los veintes y los treintas. Bajo el auspicio del mismo se forma en 1923 el Consejo Feminista Mexicano.
Publicaciones como “La Revista del Hogar” y “La Mujer” pugnaron con vehemencia desde sus páginas por tal enmienda. Estas reformas cubrían las demandas más importantes, aunque dejaban algunas cuestiones sin resolver, como por ejemplo que la mujer casada necesitaba el permiso del esposo para trabajar.
La creación en 1921 de la Secretaría de Educación Publica (SEP), bajo la influencia de Vasconcelos permite la incorporación masiva de las mujeres al magisterio. En 1931 se promulga la Ley Federal de Trabajo en la que, entre otras medidas, se reglamenta el trabajo de la mujer.
En diciembre de 1934 llega a la presidencia Lázaro Cárdenas, y con él una nueva y fundamental etapa para el país, en la que se termina de consolidar la institucionalización de las fuerzas sociales y políticas. Para el movimiento de mujeres este periódo fue el escenario de su fase movilizadota y organizativa culminante, pero tambié el comienzo de su declinación.
Al revisar los sucesos de los primeros cuarenta años del siglo pasado, en materia de movilizaciones feministas y de mujeres, se encuentran algunas similitudes con la etapa actual; por un lado, no fue casual que para la misma época se estaban desarrollando importantes luchas feministas –en especial las sufragistas- en algunos países europeos y en los Estados Unidos y que esto seguramente sirvió de ejemplo a las mujeres mexicanas.
Ya desde mediados del siglo pasado, más precisamente desde 1857, comienzan importantes movimientos huelguísticos en Jalisco y Veracruz, protagonizado por mujeres que habían sido incorporadas masivamente a la industria textil y tabacalera. Sus demandas: aumento de salario, reducción de la jornada de trabajo y las específicas de licencia por maternidad y protección para sus hijos. Y entre 1880 y 1885 (ya en plena etapa porfirista) las huelgas encabezadas por mujeres se suman al espectro de intensa lucha sindical del momento.
Hay que agregar que fueron muy importantes algunas de las medidas tomadas durante el gobierno de Benito Juárez, más específicamente la ley de Reforma Educativa, que le da un gran impulso a la creación de escuelas secundarias, de artes y oficios para mujeres. De esta manera surgieron maestras, profesionistas y periodistas, entre otras.
También se crearon organizaciones feministas tales como “La siempre viva” en 1870, asociación para la educación de la mujeres; “Las Hijas del Ànahuac” que tiene un papel destacado organizando a las obreras de fábricas de hilados y tejidos; La Sociedad Protectora de la Mujer, para defensa de las mujeres presas y perseguidas políticas, y la Asociación Cosmos (1904) que se manifiestan contra la dictadura de Porfirio Díaz y apoyan a Madero e intervinieron activamente en los primeros clubes liberales.
En 1919 se formó el Partido Comunista Mexicano que, había de tener una fuerte influencia en las organizaciones femeninas durante los veintes y los treintas. Bajo el auspicio del mismo se forma en 1923 el Consejo Feminista Mexicano.
Publicaciones como “La Revista del Hogar” y “La Mujer” pugnaron con vehemencia desde sus páginas por tal enmienda. Estas reformas cubrían las demandas más importantes, aunque dejaban algunas cuestiones sin resolver, como por ejemplo que la mujer casada necesitaba el permiso del esposo para trabajar.
La creación en 1921 de la Secretaría de Educación Publica (SEP), bajo la influencia de Vasconcelos permite la incorporación masiva de las mujeres al magisterio. En 1931 se promulga la Ley Federal de Trabajo en la que, entre otras medidas, se reglamenta el trabajo de la mujer.
En diciembre de 1934 llega a la presidencia Lázaro Cárdenas, y con él una nueva y fundamental etapa para el país, en la que se termina de consolidar la institucionalización de las fuerzas sociales y políticas. Para el movimiento de mujeres este periódo fue el escenario de su fase movilizadota y organizativa culminante, pero tambié el comienzo de su declinación.
Samuel Ramos
Samuel Ramos
Nació en Zitácuaro, Michoacán, el 8 de junio de 1897. Siendo todavía un niño su familia se traslada a la ciudad de Morelia, donde realizará sus estudios de primaria. En 1911 pasa a estudiar al Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo. En este mismo año escribe algunos breves artículos para la revista Flor de Loto. Colabora también en Minerva, publicación fruto de la clase de literatura. Aproximadamente en 1915 termina sus estudios de preparatoria, en ellos había recibido la influencia de la corriente filosófica del momento: Spencer, Tichener y Stuart Mill. En Ramos se despierta un gran interés por la filosofía y sus problemas lo cual da lugar a que, en cierto modo, abandone la carrera de medicina, (su padre lo había inscrito en la Escuela de Medicina de Michoacán) y se dedique a los estudios filosóficos. Fallecido su padre se traslada a la ciudad de México donde de nuevo vuelve a estudiar medicina aun cuando asiste de oyente a las clases de filosofía que impartía el maestro Antonio Caso y que lo harán decidirse por los estudios filosóficos.
Psicoanálisis del mexicano
Ciertos planos del alma humana deben quedar inéditos cuando no se gana nada con exhibirlos a la luz del día. Pero en el caso del mexicano, pensamos que le es perjudicial ignorara su carácter cuando éste es contrario a su destino, y la única manera de cambiarlo es precisamente darse cuenta de el. La verdad, en casos como éste, es más saludable que vivir en el engaño.
Los hombres no acostumbrados a la crítica creen que todo lo que no es elogio va en contra de ellos, cuando muchas veces elogiarlos es la manera más segura de en contra de ellos, de causarles daño.
El “pelado”
La psicología del mexicano es resultante de las reacciones para ocultar un sentimiento de inferioridad.
Para comp

Se es conveniente esquematizar su estructura y funcionamiento mental:
El “pelado” tiene dos personalidades: una real, otra ficticia.
Como el sujeto carece de todo valor humano y es importante para adquirirlo de hecho, se sirve de un ardid para ocultar sus sentimientos de menor valía.
La desconfianza de sí mismo produce una anormalidad de funcionamiento psíquico, sobre todo en la percepción de la realidad.
Como nuestro tipo vive en falso, su posición es siempre inestable y lo obliga a vigilar constantemente su “yo”, desatendiendo la realidad.
El mexicano de la ciudad
Es el habitante de la ciudad. Es claro que su psicología difiere de la del campesino, no sólo por el genero de vida que éste lleva, sino porque casi siempre en México pertenece a la raza indígena.
Su percepción es ya francamente anormal. A causa de la susceptibilidad hipersensible´el mexicano riñe constantemente, ya no espera que lo ataquen, sino que él se adelante a ofender. A menudo estas reacciones patológicas lo llevan muy lejos, hasta a cometer delitos innecesarios. El mexicano es pasional, agresivo y guerrero por debilidad; es decir, porque carece de una voluntad que controle sus movimientos.
El burgués mexicano
En el fondo, el mexicano burgués no difiere del proletario mexicano, salvo que, en este último, el sentimiento de menor valía se halla exaltado por la concurrencia de dos factores: la nacionalidad y la posición social. Parece haber un contraste entre el tono violento y grosero que es permanente en el proletario urbano y cierta figura del burgués.
El burgués mexicano tiene la misma susceptibilidad patriótica del hombre del pueblo y los mismos prejuicios que éste acerca del carácter nacional. La diferencia psíquica que separa a la clase elevada de mexicanos de la clase inferior, radica en que los primeros disimulan de un modo completo sus sentimientos de menor valía.
El mexicano burgués posee más dotes y recursos intelectuales que el proletario para consumar de un modo perfecto la obra de simulación que debe ocultarle su sentimiento de inferioridad. Podemos representar al mexicano como un hombre que huye de sí mismo para refugiarse en un modo ficticio.
La cultura criolla
El europeísmo ha sido en México una cultura de invernadero, no porque su esencia nos sea ajena, sino por la falsa relación en que nos hemos puesto con la actualidad de ultramar. Tenemos sangre europea, nuestra habla es europea, son también europeas nuestras costumbres, nuestra moral, y la totalidad de nuestros vicios y virtudes nos fueron negadas por la raza española.
Así, en México surge el arte de las iglesias como expresión inicial de la cultura criolla. Los lineamientos generales de ese arte estaban trazados por Europa, es casi vinieran a realizarse con piedras del suelo mexicano que la mano del indio labraba y ensamblaba, interpretando en ocasiones a su modo los motivos ornamentales. Como lenguaje del sentido religioso, la arquitectura criolla fue un arte viviente que en el acto se incorporo al nuevo mundo.
El “pelado” tiene dos personalidades: una real, otra ficticia.
Como el sujeto carece de todo valor humano y es importante para adquirirlo de hecho, se sirve de un ardid para ocultar sus sentimientos de menor valía.
La desconfianza de sí mismo produce una anormalidad de funcionamiento psíquico, sobre todo en la percepción de la realidad.
Como nuestro tipo vive en falso, su posición es siempre inestable y lo obliga a vigilar constantemente su “yo”, desatendiendo la realidad.
El mexicano de la ciudad
Es el habitante de la ciudad. Es claro que su psicología difiere de la del campesino, no sólo por el genero de vida que éste lleva, sino porque casi siempre en México pertenece a la raza indígena.
Su percepción es ya francamente anormal. A causa de la susceptibilidad hipersensible´el mexicano riñe constantemente, ya no espera que lo ataquen, sino que él se adelante a ofender. A menudo estas reacciones patológicas lo llevan muy lejos, hasta a cometer delitos innecesarios. El mexicano es pasional, agresivo y guerrero por debilidad; es decir, porque carece de una voluntad que controle sus movimientos.
El burgués mexicano
En el fondo, el mexicano burgués no difiere del proletario mexicano, salvo que, en este último, el sentimiento de menor valía se halla exaltado por la concurrencia de dos factores: la nacionalidad y la posición social. Parece haber un contraste entre el tono violento y grosero que es permanente en el proletario urbano y cierta figura del burgués.
El burgués mexicano tiene la misma susceptibilidad patriótica del hombre del pueblo y los mismos prejuicios que éste acerca del carácter nacional. La diferencia psíquica que separa a la clase elevada de mexicanos de la clase inferior, radica en que los primeros disimulan de un modo completo sus sentimientos de menor valía.
El mexicano burgués posee más dotes y recursos intelectuales que el proletario para consumar de un modo perfecto la obra de simulación que debe ocultarle su sentimiento de inferioridad. Podemos representar al mexicano como un hombre que huye de sí mismo para refugiarse en un modo ficticio.
La cultura criolla
El europeísmo ha sido en México una cultura de invernadero, no porque su esencia nos sea ajena, sino por la falsa relación en que nos hemos puesto con la actualidad de ultramar. Tenemos sangre europea, nuestra habla es europea, son también europeas nuestras costumbres, nuestra moral, y la totalidad de nuestros vicios y virtudes nos fueron negadas por la raza española.
Así, en México surge el arte de las iglesias como expresión inicial de la cultura criolla. Los lineamientos generales de ese arte estaban trazados por Europa, es casi vinieran a realizarse con piedras del suelo mexicano que la mano del indio labraba y ensamblaba, interpretando en ocasiones a su modo los motivos ornamentales. Como lenguaje del sentido religioso, la arquitectura criolla fue un arte viviente que en el acto se incorporo al nuevo mundo.
Octavio Paz
Poeta y ensayista mexicano nacido en Mixcoac. En 1937 asiste al Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia (España) junto con su esposa, la escritora mexicana Elena Garro. Ahí publica Bajo tu clara sombra (1937). Entra en contacto con los intelectuales de la República Española, con Pablo Neruda, y en México se acerca a Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia, que marcarían el desarrollo de su obra.
En 1963 obtiene el Gran Premio Internacional de Poesía. Publica los libros de ensayo Cuadrivio, en 1965; Puertas al campo, en 1966, y Corriente alterna, en 1967. En 1968 renuncia a su puesto de embajador en la India por la matanza del 2 de octubre, y en 1971 funda en México la revista Plural. Publica El mono gramático, poema en prosa en el que se funden reflexiones filosóficas, poéticas y amorosas, y en 1974 Los hijos del limo, recapitulación de la poesía moderna. En 1975 publica Pasado en claro, otro de sus grandes poemas largos, recogido al año siguiente en Vuelta, que obtiene el Premio de la Crítica en España. En 1977 deja Plural e inicia la revista Vuelta. Durante la década de los ochenta publica El ogro filantrópico, que recoge sus reflexiones políticas; Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe y en 1988 Arbol adentro, último volumen de poesía. En 1990 obtiene el Premio Nobel de Literatura y publica La otra voz. Poesía de fin de siglo; en 1993, La llama doble. Amor y erotismo, y en 1995 Vislumbres de la India. Si su obra poética viaja del vacío del yo a la plenitud del mundo y el amor, sus ensayos son un mosaico de reflexiones puntuales sobre los aspectos más diversos de nuestra época.
Libertad bajo palabra
Poeta y ensayista mexicano nacido en Mixcoac. En 1937 asiste al Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia (España) junto con su esposa, la escritora mexicana Elena Garro. Ahí publica Bajo tu clara sombra (1937). Entra en contacto con los intelectuales de la República Española, con Pablo Neruda, y en México se acerca a Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia, que marcarían el desarrollo de su obra.
En 1963 obtiene el Gran Premio Internacional de Poesía. Publica los libros de ensayo Cuadrivio, en 1965; Puertas al campo, en 1966, y Corriente alterna, en 1967. En 1968 renuncia a su puesto de embajador en la India por la matanza del 2 de octubre, y en 1971 funda en México la revista Plural. Publica El mono gramático, poema en prosa en el que se funden reflexiones filosóficas, poéticas y amorosas, y en 1974 Los hijos del limo, recapitulación de la poesía moderna. En 1975 publica Pasado en claro, otro de sus grandes poemas largos, recogido al año siguiente en Vuelta, que obtiene el Premio de la Crítica en España. En 1977 deja Plural e inicia la revista Vuelta. Durante la década de los ochenta publica El ogro filantrópico, que recoge sus reflexiones políticas; Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe y en 1988 Arbol adentro, último volumen de poesía. En 1990 obtiene el Premio Nobel de Literatura y publica La otra voz. Poesía de fin de siglo; en 1993, La llama doble. Amor y erotismo, y en 1995 Vislumbres de la India. Si su obra poética viaja del vacío del yo a la plenitud del mundo y el amor, sus ensayos son un mosaico de reflexiones puntuales sobre los aspectos más diversos de nuestra época.
Libertad bajo palabra
" Allá, donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Donde empieza el silencio. Avanzo lentamente y pueblo la noche de estrellas, de palabras, de la respiración de un agua remota que me espera donde comienza el alba. Invento la víspe
ra, la noche, el día siguiente que se levanta en su lecho de piedra y recorre con ojos límpidos un mundo penosamente soñado. Sostengo al árbol, a la nube, a la roca, al mar, presentimiento de dicha, invenciones que desfallecen y vacilan frente a la luz que disgrega. Y luego la sierra árida, el caserío de adobe, la minuciosa realidad de un charco y un pirú estólido, de unos niños idiotas que me apedrean, de un pueblo rencoroso que me señala. Invento el terror, la esperanza, el mediodía -- padre de los delirios solares, de las falacias espejeantes, de las mujeres que castran a sus amantes de una hora. Invento la quemadura y el aullido, la masturbación en las letrinas, las visiones en el muladar, la prisión, el piojo y el chancro, la pelea por la sopa, la delación, los animales viscosos, los contactos innobles, los interrogatorios nocturnos, el examen de conciencia, el juez, la víctima, el testigo. Tú eres esos tres. ¿A quién apelar ahora y con qué argucias destruir al que te acusa? Inútiles los memoriales, los ayes y los alegatos. Inútil tocar a puertas condenadas. No hay puertas, hay espejos. Inútil cerrar los ojos o volver entre los hombres: esta lucidez ya no me abandona. Romperé los espejos, haré trizas mi imagen, que cada mañana rehace piadosamente mi cómplice, mi delator. La soledad de la conciencia y la conciencia de la soledad, el día a pan y agua, la noche sin agua. Sequía, campo arrasado por un sol sin párpados, ojo atroz, oh conciencia, presente puro donde pasado y porvenir arden sin fulgor ni esperanza. Todo desemboca en esta eternidad que no desemboca. Allá, donde los caminos se borran, donde acaba el silencio, invento la desesperación, la mente que me concibe, la mano que me dibuja, el ojo que me descubre. Invento al amigo que me inventa, mi semejante; y a la mujer, mi contrario: torre que corono de banderas, muralla que escalan mis espumas, ciudad devastada que renace lentamente bajo la dominación de mis ojos. Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día. "

La “inteligencia” mexicana
Si la revolución fue una brusca y mortal inmersión en nosotros mismos, en nuestra raíz y origen, nada ni nadie encarna mejor este fértil y desesperado afán que José Vasconcelos, el fundador de la educación moderna en México. Su obra, breve pero fecunda, aún está viva en lo esencial. Su empresa, al mismo tiempo que prolonga la tarea iniciada por Justo Sierra –extender la educación elemental y perfeccionar la enseñanza superior y universitaria- pretende fundar la educación sobre ciertos principios implícitos en nuestra tradición y que el positivismo había olvidado o ignorado. Vasconcelos pensaba que la Revolución iba a redescubrir el sentido de nuestra historia, buscado vanamente por Sierra. La nueva educación se fundaría en “la sangre, la lengua y el pueblo”.
En la tarea colaboraron poetas, pintores, prosistas, maestros, arquitectos, músicos. Toda, o casi toda, la “inteligencia mexicana”. Fue una obra social, pero que exigía la presencia de un espíritu capaz de encenderse y encender en lo demás.
Toda vuelta a la tradición lleva a reconocer que somos parte de la tradición universal de España, la única que podemos aceptar y continuar los hispanoamericanos. Hay dos españas: la cerrada al mundo, y la España abierta la heterodoxa, que rompe su cárcel por respirar el aire libre del espíritu. Esta ultima es la nuestra la otra, la castiza y medieval, ni nos dio el ser ni nos descubrió, y toda nuestra historia, como parte de la de los españoles, ha sido lucha contra ella.
Una vez cerrado el periodo militar de la Revolución, muchos jóvenes intelectuales –que no había tenido la edad o la posibilidad de participar en la lucha armada- empezaron a colaborar con los gobiernos revolucionarios. El intelectual se convirtió en le consejero, secreto o público, del general analfabeto del líder campesino o sindical, del caudillo en le poder.
La “inteligencia” mexicana, en su conjunto, no ha podido o no ha sabido utilizar las armas propias del intelectual: la crítica, el examen, el juicio.
Mascaras mexicanas
Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra o se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospechas de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arcos iris súbito, amenazas indescifrables. Aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: “al buen entendedor pocas palabras”. En suma, entre la realidad y su persona establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de imposibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también de sí mismo.
El lenguaje popular refleja hasta que punto nos defendemos del exterior: el ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Los que se “abren” son cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no rajarse esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El “rajado” es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Todas estas expresiones revelan que el mexicano considera la vida como lucha, concepción que no lo distingue del resto de los hombres modernos.
La mujer mexicana, como todas las otras, es un símbolo que representa la estabilidad y continuidad de la raza. Todos cuidamos que nadie “falte el respeto a las señoras”, noción universal, sin duda, pero que en México se leva hasta sus últimas consecuencias. Naturalmente habría que preguntar a las mexicanas su opinión; ese “respeto” es a veces una hipócrita manera de sujetarlas e impedirles que se expresen. Quizá muchas preferirían ser tratadas con menos “respeto” (que, por lo demás, se les concede solamente en público) y con más libertad y autenticidad.
Es significativo, por otra parte, que el homosexualismo masculino sea considerado con cierta indulgencia, por lo que toca al agente activo. El pasivo, al contrario, es un ser degradado y abyecto. El juego de los “albures” esto es el combate verbal hecho de alusiones obscenas y de doble sentido, que tanto se practica en la Ciudad de México –transparenta esta ambigua concepción.
Si la revolución fue una brusca y mortal inmersión en nosotros mismos, en nuestra raíz y origen, nada ni nadie encarna mejor este fértil y desesperado afán que José Vasconcelos, el fundador de la educación moderna en México. Su obra, breve pero fecunda, aún está viva en lo esencial. Su empresa, al mismo tiempo que prolonga la tarea iniciada por Justo Sierra –extender la educación elemental y perfeccionar la enseñanza superior y universitaria- pretende fundar la educación sobre ciertos principios implícitos en nuestra tradición y que el positivismo había olvidado o ignorado. Vasconcelos pensaba que la Revolución iba a redescubrir el sentido de nuestra historia, buscado vanamente por Sierra. La nueva educación se fundaría en “la sangre, la lengua y el pueblo”.
En la tarea colaboraron poetas, pintores, prosistas, maestros, arquitectos, músicos. Toda, o casi toda, la “inteligencia mexicana”. Fue una obra social, pero que exigía la presencia de un espíritu capaz de encenderse y encender en lo demás.
Toda vuelta a la tradición lleva a reconocer que somos parte de la tradición universal de España, la única que podemos aceptar y continuar los hispanoamericanos. Hay dos españas: la cerrada al mundo, y la España abierta la heterodoxa, que rompe su cárcel por respirar el aire libre del espíritu. Esta ultima es la nuestra la otra, la castiza y medieval, ni nos dio el ser ni nos descubrió, y toda nuestra historia, como parte de la de los españoles, ha sido lucha contra ella.
Una vez cerrado el periodo militar de la Revolución, muchos jóvenes intelectuales –que no había tenido la edad o la posibilidad de participar en la lucha armada- empezaron a colaborar con los gobiernos revolucionarios. El intelectual se convirtió en le consejero, secreto o público, del general analfabeto del líder campesino o sindical, del caudillo en le poder.
La “inteligencia” mexicana, en su conjunto, no ha podido o no ha sabido utilizar las armas propias del intelectual: la crítica, el examen, el juicio.
Mascaras mexicanas
Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra o se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospechas de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arcos iris súbito, amenazas indescifrables. Aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: “al buen entendedor pocas palabras”. En suma, entre la realidad y su persona establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de imposibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también de sí mismo.
El lenguaje popular refleja hasta que punto nos defendemos del exterior: el ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Los que se “abren” son cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no rajarse esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El “rajado” es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Todas estas expresiones revelan que el mexicano considera la vida como lucha, concepción que no lo distingue del resto de los hombres modernos.
La mujer mexicana, como todas las otras, es un símbolo que representa la estabilidad y continuidad de la raza. Todos cuidamos que nadie “falte el respeto a las señoras”, noción universal, sin duda, pero que en México se leva hasta sus últimas consecuencias. Naturalmente habría que preguntar a las mexicanas su opinión; ese “respeto” es a veces una hipócrita manera de sujetarlas e impedirles que se expresen. Quizá muchas preferirían ser tratadas con menos “respeto” (que, por lo demás, se les concede solamente en público) y con más libertad y autenticidad.
Es significativo, por otra parte, que el homosexualismo masculino sea considerado con cierta indulgencia, por lo que toca al agente activo. El pasivo, al contrario, es un ser degradado y abyecto. El juego de los “albures” esto es el combate verbal hecho de alusiones obscenas y de doble sentido, que tanto se practica en la Ciudad de México –transparenta esta ambigua concepción.
Los hijos de la Malinche
La extrañeza que provoca nuestro hermetismo ha creado la leyenda del mexicano ser insondable. Nuestro recelo provoca el ajeno. Si nuestra cortesía atrae, nuestra reserva hiela. Y las inesperadas violencias que nos desgarran, el esplendor convulso o solemne de nuestras fiestas, el culto a la muerte, acaban por desconcertar al extranjero. La sensación que causamos no es diversa a la que producen los orientales. También ellos, chinos, indostanos o árabes son herméticos e indescifrables.
Para un europeo, México es un país al margen de la historia universal. Y todo lo que se encuentra alejado del centro de la sociedad aparece como extraño e impenetrable.
El obrero moderno carece de individualidad. La clase es más fuerte que el individuo y la persona se disuelve en lo genérico. Porque ésa es la primera y más grave mutilación que sufre el hombre al convertirse en asalariado industrial. El capitalismo lo despoja de su naturaleza humana –lo que no ocurrió con el siervo-, puesto que reduce todo si ser a fuerza de trabajo, transformándolo por este solo hecho en objeto. Y como a todos los objetos, en mercancía, en cosa susceptible de compra y venta. En realidad no es un obrero, puesto que no hace obras o no tiene conciencia de las que hace, perdido en un aspecto de la producción. Es un trabajador, nombre abstracto, que no designa una tarea determinada, sino una función.
La desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que sierra el paso al extraño, la ironía, todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos eludimos a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al señor.
La indudable analogía que se observa entre ciertas de nuestras actitudes y las de los grupos sometidos al poder de un amo, una casta o un Estado extraño, podría resolverse en esta afirmación: el carácter de los mexicanos es un producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esa circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del pueblo durante el periodo colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable.
En nuestro lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas, secretas, sin contenido claro, y a cuya mágica ambigüedad confiamos la expresión de las más brutales o sutiles de nuestra emociones y reacciones. Palabras malditas, que sólo pronunciamos en voz alta cuando no somos dueños de nosotros mismos. Confusamente reflejan nuestra intimidad: las explosiones de nuestra vitalidad las iluminan y las depresiones de nuestro ánimo las oscurecen.
Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase que nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan a exaltar nuestra condición de mexicanos: ¡viva México, hijos de la chingada! Verdadero grito de guerra, cargado de una electricidad particular, esta frase es un reto y una afirmación, un disparo, dirigido contra un enemigo imaginario, y una explosión en el aire.
La palabra chingar, con todos sus múltiples significados, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado.
La extrañeza que provoca nuestro hermetismo ha creado la leyenda del mexicano ser insondable. Nuestro recelo provoca el ajeno. Si nuestra cortesía atrae, nuestra reserva hiela. Y las inesperadas violencias que nos desgarran, el esplendor convulso o solemne de nuestras fiestas, el culto a la muerte, acaban por desconcertar al extranjero. La sensación que causamos no es diversa a la que producen los orientales. También ellos, chinos, indostanos o árabes son herméticos e indescifrables.
Para un europeo, México es un país al margen de la historia universal. Y todo lo que se encuentra alejado del centro de la sociedad aparece como extraño e impenetrable.
El obrero moderno carece de individualidad. La clase es más fuerte que el individuo y la persona se disuelve en lo genérico. Porque ésa es la primera y más grave mutilación que sufre el hombre al convertirse en asalariado industrial. El capitalismo lo despoja de su naturaleza humana –lo que no ocurrió con el siervo-, puesto que reduce todo si ser a fuerza de trabajo, transformándolo por este solo hecho en objeto. Y como a todos los objetos, en mercancía, en cosa susceptible de compra y venta. En realidad no es un obrero, puesto que no hace obras o no tiene conciencia de las que hace, perdido en un aspecto de la producción. Es un trabajador, nombre abstracto, que no designa una tarea determinada, sino una función.
La desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que sierra el paso al extraño, la ironía, todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos eludimos a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al señor.
La indudable analogía que se observa entre ciertas de nuestras actitudes y las de los grupos sometidos al poder de un amo, una casta o un Estado extraño, podría resolverse en esta afirmación: el carácter de los mexicanos es un producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esa circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del pueblo durante el periodo colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable.
En nuestro lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas, secretas, sin contenido claro, y a cuya mágica ambigüedad confiamos la expresión de las más brutales o sutiles de nuestra emociones y reacciones. Palabras malditas, que sólo pronunciamos en voz alta cuando no somos dueños de nosotros mismos. Confusamente reflejan nuestra intimidad: las explosiones de nuestra vitalidad las iluminan y las depresiones de nuestro ánimo las oscurecen.
Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase que nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan a exaltar nuestra condición de mexicanos: ¡viva México, hijos de la chingada! Verdadero grito de guerra, cargado de una electricidad particular, esta frase es un reto y una afirmación, un disparo, dirigido contra un enemigo imaginario, y una explosión en el aire.
La palabra chingar, con todos sus múltiples significados, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado.
De los libros al poder
Zaid Gabriel
Poeta mexicano nacido en Monterrey. Estudió Ingeniería y se dedica a la reestructuración de empresas. Es también traductor, sagaz crítico literario y un devastador ensayista cultural, económico y político. Colaboró en la Revista Mexicana de Literatura y ha acompañado a Octavio Paz en Plural y Vuelta. Sus ideas transitan de sus ensayos a sus poemas, y la ironía es punto clave de su argumentación. Con Gerardo Deniz y Eduardo Lizalde, maneja una acidez y un humor escasos en la poesía mexicana, y sus poemas tienen una densidad que desarticula las aparentes simplicidades, yendo de situaciones terrenas a postulados desconcertantes y a veces místicos. Sus libros de poesía son: Fábula de Narciso y Ariadna (1958), Seguimiento (1964), Campo nudista (1969), Práctica mortal (1973), Cuestionario (1976) y Sonetos y canciones (1982). Entre sus ensayos están Leer poesía (1972), Los demasiados libros (1972), Cómo leer en bicicleta (1975), El progreso improductivo (1979), La poesía en la práctica (1985), La economía presidencial (1987). Fue premio Xavier Villaurrutia y es miembro de El Colegio Nacional. Gabriel Zaid nunca ha dado una entrevista, ni se ha dejado fotografiar.
Imprenta y vida pública
Desde 1606, misioneros, antropólogos, turistas, ingenieros, médicos, sociólogos, economistas, políticos, comerciantes, autoridades, han llevado el progreso a los tarahumaras. En 1606, el progreso consistía en ser bautizados, usar ropa española de la época, jurar fidelidad a Felipe III. Todo lo cual, naturalmente, ya no era un progreso cuando llegó el credo liberal, la ropa del siglo XIX, la fidelidad a la república.
Al pasar de los siglos, mientras el progreso se volvía atraso, y los visitantes, redentores, opresores, investigadores, iban cambiando de ideas, de ropa, de aparatos, los tarahumaras no cambiaron mucho. Persisten en su ser tradicional, hasta cuando asimilan elementos de la cultura del progreso y los convierten en cultura tradicional. Han sido despojados de tierras y de bosques, han tenido que replegarse a la sierra más inaccesible, pero se han resistido e desechar lo que son, para adoptar lo último que hay que ser.
No son los arios, ni los proletarios, ni los cristianos, ni los occidentales, los que imponen su ser, como modelo culminante de la humanidad: son los universitarios, la gente de libros. Platón se sonroja, titubea, pero finalmente dice que la humanidad debe ser como Platón. En la república platónica de Paraguay, en la Sierra Tarahumara, en China, los jesuitas tratan de abrir el cristianismo a todas las culturas; y, con toda generosidad, prodigan su propio ser: siente que no hay mayor oportunidad para un indio que dejar de serlo y convertirse en jesuita.
Pero el progreso no aparece con la cultura del progreso, hoy la cultura dominante en el planeta. Aparece con las bandas nómadas, igualitarias, ociosas, que dejan en la memoria de la humanidad la nostalgia de una edad de oro. Les debemos la domesticación del fuego, uno de los mayores progresos de la humanidad, así como la conciencia de su enorme significación, y hasta una de las primeras arrogancias progresistas: los mitos prometeicos.
Esta crítica es universal y se prolonga hasta tiempos recientes: para los griegos la primera mujer creada por los dioses (Pandora) inventa la agricultura, y en su afán de saber, destapa la caja de donde escapa la ambición; Buda predica contra la angustia de la autonomía previsora (“No guardes comida, ni bebida, ni ropa, ni te angusties”); Cristo ensalza la vida desapegada, recolectora, de las aves del cielo que “ni siembra, ni cosecha, ni tiene graneros”; san Francisco, frente a un progreso mayor (la revolución comercial de la Edad Media), trata de vivir reconciliado con la naturaleza (en vez de explotarla), atenido a la providencia divina y la caridad de los demás; los mormones, los hippies, los que hoy eligen la simplicidad voluntaria, la agricultura orgánica, la tecnología ligera, prolongan esta crítica frente a la revolución industrial.
Desgraciadamente, la tribu universitaria, descendiente de Platón y los sofistas, más que de Sócrates, desprecia la sabiduría indígena; y hoy que está a cargo de la ciencia, la industria, la guerra, el capital, el poder, la religión, se deja arrastrar por el progreso, más que domesticarlo y ponerlo al servicio de la vida.
No hay que espera, inocentemente, que eso pudiera sanear la moneda titular. Más bien la estandarización en lo que valga: la poca ley sería central, la devaluación central. Se puede planificar, pero no detener, el deterioro de dos cosas que van a seguir empeorando en México: el tráfico y la educación superior. En le automóvil y el título universitario cristalizan muchos intereses creados mitológicos, psicológicos, económicos.
En ciertas variantes de la mitología del progreso, esto se acepta como natural y hasta se planifica para asegurar que las minorías privilegiadas le convengan (supuestamente) al resto de la humanidad: la mayoría no privilegiada. Con más coherencia, en la tradición anarquista se ha llegado a pensar en suprimir el automóvil y los títulos profesionales. Pero parece utópico. Las universidades mexicanas no valen lo que custan. Son una especie de potlatch, que consiste en despilfarrar para ganar posición social, y para hacer que pierdan (legitimidad) los que no puedan hacerlo.
Se habla mal del capitalismo monopolista y de los socialismos reales, pero no se habla mal de lo que está detrás de ambos: el capitalismo curricular, la acumulación de méritos, de realizaciones, de lucimiento, de servicio a la sociedad, que permite servirse con la cuchara grande y además ser aplaudido. Los que tienen más currículo pueden quedarse con la plusvalía de los que tienen menos: ganar más, comer mejor, viajar al extranjero, comprar en tiendas especiales, dar órdenes.
Haber acumulado escolaridad, luego una beca, luego un viaje de estudios, luego una jefatura; haber reinvertido las ganancias en sacar una maestría, un doctorado, haber tenido tal puesto, tal premio, tal nombramiento; haber publicado, viajado a una convención, dado conferencias; ser entrevistado, ser citado; heber estudiado en tal parte, ser discípulo de Fulano, compañero de Mengano, maestro de Zutano, miembro del equipo que logró tal cosa, o de tal mesa directiva; estar muy bien relacionado, tener derecho de picaporte para llamar, visitar, ser escuchado, por gente importante…éste es el capital que (afortunadamente para nosotros) tiene hoy buena prensa y buenas rentas: el capital curricular.
Poeta mexicano nacido en Monterrey. Estudió Ingeniería y se dedica a la reestructuración de empresas. Es también traductor, sagaz crítico literario y un devastador ensayista cultural, económico y político. Colaboró en la Revista Mexicana de Literatura y ha acompañado a Octavio Paz en Plural y Vuelta. Sus ideas transitan de sus ensayos a sus poemas, y la ironía es punto clave de su argumentación. Con Gerardo Deniz y Eduardo Lizalde, maneja una acidez y un humor escasos en la poesía mexicana, y sus poemas tienen una densidad que desarticula las aparentes simplicidades, yendo de situaciones terrenas a postulados desconcertantes y a veces místicos. Sus libros de poesía son: Fábula de Narciso y Ariadna (1958), Seguimiento (1964), Campo nudista (1969), Práctica mortal (1973), Cuestionario (1976) y Sonetos y canciones (1982). Entre sus ensayos están Leer poesía (1972), Los demasiados libros (1972), Cómo leer en bicicleta (1975), El progreso improductivo (1979), La poesía en la práctica (1985), La economía presidencial (1987). Fue premio Xavier Villaurrutia y es miembro de El Colegio Nacional. Gabriel Zaid nunca ha dado una entrevista, ni se ha dejado fotografiar.
Imprenta y vida pública
Desde 1606, misioneros, antropólogos, turistas, ingenieros, médicos, sociólogos, economistas, políticos, comerciantes, autoridades, han llevado el progreso a los tarahumaras. En 1606, el progreso consistía en ser bautizados, usar ropa española de la época, jurar fidelidad a Felipe III. Todo lo cual, naturalmente, ya no era un progreso cuando llegó el credo liberal, la ropa del siglo XIX, la fidelidad a la república.
Al pasar de los siglos, mientras el progreso se volvía atraso, y los visitantes, redentores, opresores, investigadores, iban cambiando de ideas, de ropa, de aparatos, los tarahumaras no cambiaron mucho. Persisten en su ser tradicional, hasta cuando asimilan elementos de la cultura del progreso y los convierten en cultura tradicional. Han sido despojados de tierras y de bosques, han tenido que replegarse a la sierra más inaccesible, pero se han resistido e desechar lo que son, para adoptar lo último que hay que ser.
No son los arios, ni los proletarios, ni los cristianos, ni los occidentales, los que imponen su ser, como modelo culminante de la humanidad: son los universitarios, la gente de libros. Platón se sonroja, titubea, pero finalmente dice que la humanidad debe ser como Platón. En la república platónica de Paraguay, en la Sierra Tarahumara, en China, los jesuitas tratan de abrir el cristianismo a todas las culturas; y, con toda generosidad, prodigan su propio ser: siente que no hay mayor oportunidad para un indio que dejar de serlo y convertirse en jesuita.
Pero el progreso no aparece con la cultura del progreso, hoy la cultura dominante en el planeta. Aparece con las bandas nómadas, igualitarias, ociosas, que dejan en la memoria de la humanidad la nostalgia de una edad de oro. Les debemos la domesticación del fuego, uno de los mayores progresos de la humanidad, así como la conciencia de su enorme significación, y hasta una de las primeras arrogancias progresistas: los mitos prometeicos.
Esta crítica es universal y se prolonga hasta tiempos recientes: para los griegos la primera mujer creada por los dioses (Pandora) inventa la agricultura, y en su afán de saber, destapa la caja de donde escapa la ambición; Buda predica contra la angustia de la autonomía previsora (“No guardes comida, ni bebida, ni ropa, ni te angusties”); Cristo ensalza la vida desapegada, recolectora, de las aves del cielo que “ni siembra, ni cosecha, ni tiene graneros”; san Francisco, frente a un progreso mayor (la revolución comercial de la Edad Media), trata de vivir reconciliado con la naturaleza (en vez de explotarla), atenido a la providencia divina y la caridad de los demás; los mormones, los hippies, los que hoy eligen la simplicidad voluntaria, la agricultura orgánica, la tecnología ligera, prolongan esta crítica frente a la revolución industrial.
Desgraciadamente, la tribu universitaria, descendiente de Platón y los sofistas, más que de Sócrates, desprecia la sabiduría indígena; y hoy que está a cargo de la ciencia, la industria, la guerra, el capital, el poder, la religión, se deja arrastrar por el progreso, más que domesticarlo y ponerlo al servicio de la vida.
No hay que espera, inocentemente, que eso pudiera sanear la moneda titular. Más bien la estandarización en lo que valga: la poca ley sería central, la devaluación central. Se puede planificar, pero no detener, el deterioro de dos cosas que van a seguir empeorando en México: el tráfico y la educación superior. En le automóvil y el título universitario cristalizan muchos intereses creados mitológicos, psicológicos, económicos.
En ciertas variantes de la mitología del progreso, esto se acepta como natural y hasta se planifica para asegurar que las minorías privilegiadas le convengan (supuestamente) al resto de la humanidad: la mayoría no privilegiada. Con más coherencia, en la tradición anarquista se ha llegado a pensar en suprimir el automóvil y los títulos profesionales. Pero parece utópico. Las universidades mexicanas no valen lo que custan. Son una especie de potlatch, que consiste en despilfarrar para ganar posición social, y para hacer que pierdan (legitimidad) los que no puedan hacerlo.
Se habla mal del capitalismo monopolista y de los socialismos reales, pero no se habla mal de lo que está detrás de ambos: el capitalismo curricular, la acumulación de méritos, de realizaciones, de lucimiento, de servicio a la sociedad, que permite servirse con la cuchara grande y además ser aplaudido. Los que tienen más currículo pueden quedarse con la plusvalía de los que tienen menos: ganar más, comer mejor, viajar al extranjero, comprar en tiendas especiales, dar órdenes.
Haber acumulado escolaridad, luego una beca, luego un viaje de estudios, luego una jefatura; haber reinvertido las ganancias en sacar una maestría, un doctorado, haber tenido tal puesto, tal premio, tal nombramiento; haber publicado, viajado a una convención, dado conferencias; ser entrevistado, ser citado; heber estudiado en tal parte, ser discípulo de Fulano, compañero de Mengano, maestro de Zutano, miembro del equipo que logró tal cosa, o de tal mesa directiva; estar muy bien relacionado, tener derecho de picaporte para llamar, visitar, ser escuchado, por gente importante…éste es el capital que (afortunadamente para nosotros) tiene hoy buena prensa y buenas rentas: el capital curricular.
los nazis en México
Juan Alberto Cedillo
El periodista, colaborador de la Agencia Efe en Monterrey (norte de México), investigó a lo largo de diez años en los archivos secretos que el Departamento de Estado de EEUU desclasificó en 1985, en el Archivo Nacional mexicano y en los registros de la Secretaría de Defensa Nacional de México (Sedena).
Los nazis en México
México fue considerado por la Alemania de Adolfo Hitler como una pieza estratégica antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Analizar la presencia en nuestro país del actor Errol Flynn, del magnate sueco Axel Wenner-Gren, del petrolero estadounidense Jean Paul Getty y de la actriz alemana Hilda Kruger, a la luz de los informes secretos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, confirma la importancia que los nazis dieron a este país.
A partir de 1985el Archivo Nacional de Washington comenzó a desclasificar millones de documentos referidos a actividades nazis en diversos países. Todos estos informes habían sido enviados al Departamento de Estado por sus servicios de inteligencia, diplomáticos, agregados militares y navales. La información contenida en estos documentos permaneció en secreto cerca de 40 años. Pero cuando se desclasificaron, salieron a la luz historias inéditas de personajes hasta entonces prestigiados.
Lo que resultaba realmente fascinante para nuestro país era que los archivos desclasificados reportaron actividades de agentes de la inteligencia militar alemana. La Abwehr, y la policía secreta de Hitler, la Gestapo, en territorio mexicano.
Fue así que los servicios de inteligencia nazi enviaron a Hilda Kruger para que penetrara en las élites políticas mexicanas y asegurara que el gobierno continuara con la venta de crudo. Desde su llegada, Kruger se transformó en una “mata Hari”, en la mujer que cautivo a un selecto e importante grupo de funcionarios. Ya en Alemania había sido amante del Ministerio de Propaganda nazi, el poderoso Joseph Goebbels. Los funcionarios mexicanos que comenzaron “jugando” a la galantería, en aras de conquistar a Kruger, terminaron colaborando y encubriendo las actividades nazis.
Otra de las actividades que realizaron los oficiales del Tercer Reich fue utilizar a nuestro país como plataforma para conseguir la información que requerían sobre los movimientos militares estadounidenses. En esta operación tenían como principal colaborador a un alto militar mexicano, destacado en las actividades diplomáticas: Francisco Javier Aguilar González, quien fuera agregado militar en la embajada mexicana de Washington y en Alemania, además de embajador de Japón, China, Francia y Portugal.
El general Aguilar Gonzáles y los agentes nazis crearon el primer cártel de narcotráfico en México, cuyo fin era cruzar drogas hacia los Estados Unidos. Fue a través de esta organización que lo espías alemanes y japoneses “invadieron” con narcóticos las bases navales de sus enemigos ubicadas en los puertos del Pacífico.
En las actividades de creación y consolidación del primer cártel de la droga participaron varios políticos y funcionarios, encabezados por Gonzalo N. Santos y Donato Bravo Izquierdo. Además se beneficiaron del dinero del narcotráfico los gobernadores de Veracruz y Puebla, Miguel Alemán Valdés y Maximino Ávila Camacho, respectivamente.
En esta operación participó de manera destacada Errol Flynn, para entonces una de las máximas figuras del cine norteamericano. El actor traficaba las drogas entre México y Estados Unidos a bordo de su yate privado, el Sirocco.
Los agentes alemanes, además, apoyaron en toda la República a una gran cantidad de organizaciones de corte fascista. Tanto las “Camisas Doradas” como el movimiento Sinarquista, para entonces la mayor organización de masas, fueron financiados con dinero de la Embajada Alemana en México con el objetivo de que apoyaran la rebelión de Almazán.
En los informantes de la Embajada de Estados Unidos en México resalta uno de manera muy especial: Diego Rivera. El prestigiado pintor se convirtió en improvisado “espía”, denunciando la colaboración de algunos de sus ex camaradas comunistas.
Tras el pacto que firmara el 23 de agosto de 1939 el ministro soviético Molotov con su homólogo alemán von Ribentropp, los agentes comunistas trabajaron en México “en estrecha colaboración con los nazis”. Este extraño amasiato fue denunciado por Diego Rivera a los diplomáticos de los Estados Unidos.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, la penetración que lograron los agentes de la Gestapo y la Abwehr en los gobiernos de América Latina permitió que altos mandos nazis escaparan y que sus crímenes contra la humanidad quedaran impunes.
El periodista, colaborador de la Agencia Efe en Monterrey (norte de México), investigó a lo largo de diez años en los archivos secretos que el Departamento de Estado de EEUU desclasificó en 1985, en el Archivo Nacional mexicano y en los registros de la Secretaría de Defensa Nacional de México (Sedena).
Los nazis en México
México fue considerado por la Alemania de Adolfo Hitler como una pieza estratégica antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Analizar la presencia en nuestro país del actor Errol Flynn, del magnate sueco Axel Wenner-Gren, del petrolero estadounidense Jean Paul Getty y de la actriz alemana Hilda Kruger, a la luz de los informes secretos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, confirma la importancia que los nazis dieron a este país.
A partir de 1985el Archivo Nacional de Washington comenzó a desclasificar millones de documentos referidos a actividades nazis en diversos países. Todos estos informes habían sido enviados al Departamento de Estado por sus servicios de inteligencia, diplomáticos, agregados militares y navales. La información contenida en estos documentos permaneció en secreto cerca de 40 años. Pero cuando se desclasificaron, salieron a la luz historias inéditas de personajes hasta entonces prestigiados.
Lo que resultaba realmente fascinante para nuestro país era que los archivos desclasificados reportaron actividades de agentes de la inteligencia militar alemana. La Abwehr, y la policía secreta de Hitler, la Gestapo, en territorio mexicano.
Fue así que los servicios de inteligencia nazi enviaron a Hilda Kruger para que penetrara en las élites políticas mexicanas y asegurara que el gobierno continuara con la venta de crudo. Desde su llegada, Kruger se transformó en una “mata Hari”, en la mujer que cautivo a un selecto e importante grupo de funcionarios. Ya en Alemania había sido amante del Ministerio de Propaganda nazi, el poderoso Joseph Goebbels. Los funcionarios mexicanos que comenzaron “jugando” a la galantería, en aras de conquistar a Kruger, terminaron colaborando y encubriendo las actividades nazis.
Otra de las actividades que realizaron los oficiales del Tercer Reich fue utilizar a nuestro país como plataforma para conseguir la información que requerían sobre los movimientos militares estadounidenses. En esta operación tenían como principal colaborador a un alto militar mexicano, destacado en las actividades diplomáticas: Francisco Javier Aguilar González, quien fuera agregado militar en la embajada mexicana de Washington y en Alemania, además de embajador de Japón, China, Francia y Portugal.
El general Aguilar Gonzáles y los agentes nazis crearon el primer cártel de narcotráfico en México, cuyo fin era cruzar drogas hacia los Estados Unidos. Fue a través de esta organización que lo espías alemanes y japoneses “invadieron” con narcóticos las bases navales de sus enemigos ubicadas en los puertos del Pacífico.
En las actividades de creación y consolidación del primer cártel de la droga participaron varios políticos y funcionarios, encabezados por Gonzalo N. Santos y Donato Bravo Izquierdo. Además se beneficiaron del dinero del narcotráfico los gobernadores de Veracruz y Puebla, Miguel Alemán Valdés y Maximino Ávila Camacho, respectivamente.
En esta operación participó de manera destacada Errol Flynn, para entonces una de las máximas figuras del cine norteamericano. El actor traficaba las drogas entre México y Estados Unidos a bordo de su yate privado, el Sirocco.
Los agentes alemanes, además, apoyaron en toda la República a una gran cantidad de organizaciones de corte fascista. Tanto las “Camisas Doradas” como el movimiento Sinarquista, para entonces la mayor organización de masas, fueron financiados con dinero de la Embajada Alemana en México con el objetivo de que apoyaran la rebelión de Almazán.
En los informantes de la Embajada de Estados Unidos en México resalta uno de manera muy especial: Diego Rivera. El prestigiado pintor se convirtió en improvisado “espía”, denunciando la colaboración de algunos de sus ex camaradas comunistas.
Tras el pacto que firmara el 23 de agosto de 1939 el ministro soviético Molotov con su homólogo alemán von Ribentropp, los agentes comunistas trabajaron en México “en estrecha colaboración con los nazis”. Este extraño amasiato fue denunciado por Diego Rivera a los diplomáticos de los Estados Unidos.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, la penetración que lograron los agentes de la Gestapo y la Abwehr en los gobiernos de América Latina permitió que altos mandos nazis escaparan y que sus crímenes contra la humanidad quedaran impunes.
la voz de la verdad no calla
La voz de la verdad no calla.
Jueves Caótico, se leía en la página principal de un periódico de la Ciudad de México. Acabó la clase de Taller, los compañeros del equipo y yo, salimos directo a la marcha; pero primero una comida y algunos tragos de pulque para aguantar la tarde que nos esperaba.
Al salir del metro Insurgentes, caminamos hacía el Ángel de la Independencia; ya había comenzado la marcha campesina en defensa del maíz y en repudio al capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que entro en vigor el pasado primero de enero y que obliga a desgravar las importaciones principalmente de fríjol, maíz, azúcar y leche de Estados Unidos Y Canadá.
Nos detuvimos un poco antes del Ángel, donde ya desfilaban campesinos de Yucatán con mantas que contenían mensajes en contra del TLCAN. Cámaras y celular en mano, nos dispusimos a realizar el trabajo; pero decidimos que seria mejor ir al frente, a si que, nos adelantamos para poder alcanzar a los 21 tractores del Movimiento de Resistencia Campesina Francisco Villa; que se suponía encabezarían el mitin.
Durante el trayecto se podían observar mantas y carteles con protestas; tales como: “el TLCAN es bueno, pero para los pinches gringos”, “traemos tortillas, traemos maíz oye Sagarpa no vendas mi país” y algunos que pedían la renuncia del Secretario de Agricultura. Varios contingentes gritaban: “sin maíz no hay país y sin fríjol tampoco”, otro “sacaremos a ese buey de la Sagarpa”, uno más “no somos uno, ni somos cien pinche gobierno cuéntanos bien”. Al pasar por la Torre del Caballito los del grupo de electricistas gritarban: “un, dos, tres huevos” a los policías que resguardaban el edificio adjunto.
Cuando pasábamos por el Hemiciclo a Juárez, nos dimos cuenta que no alcanzaríamos a los tractores; pero decidimos continuar con el trabajo. Seguimos caminando con los manifestantes y entramos por la calle de Madero, luego al Zócalo –medio Zócalo, ya que, el Museo Nómada ocupaba gran parte de la plancha-.
En el podium que se instaló, los dirigentes de las organizaciones daban su informe de inconformidad al TLCAN; faltaba un cuarto de hora para las siete de la noche, cuando se pidió el micrófono para que hablara una niña de unos trece años; vestida con el uniforme de su secundaria empezó a hablar con gran seguridad y sin nerviosismo, esto provocó que los participantes voltearan a las pantallas que se instalaron, para verla y escucharla en su discurso acerca de Benito Juárez, se notaba que todo era memorizado, pero que importaba, al fin apoyando la marcha.
Habían acabado de hablar la mayoría de los grupos y seguían entrando contingentes, organizaciones campesinas y estudiantiles. La creatividad de la gente se hizo presente con figuras como la que simbolizaba al titular de la Sagarpa con cuernos (que al final fue quemada); también un grupo de música banda amenizaba la marcha entonando la canción “Caminos de Michoacán” y cuando entraron los estudiantes fue al ritmo de la batucada.
A la 8 de la noche los participantes se dispersaban, los que venían de otros estados se juntaban para marcharse, otros comían y bebían con mucho placer y orgullosos de haber sido parte de esta manifestación; yo sin dinero, con un boleto del metro y después de haber buscado a mis compañeros, que se habían extraviado me dirigí a mi casa.
Nos pareció que la marcha tuvo mucha participación y fue positiva, ya que, no se presentaron disturbios; se pudo notar que venían campesinos de todo el país. La marcha y la resistencia seguirán, pero ahora en San Lázaro.
Jueves Caótico, se leía en la página principal de un periódico de la Ciudad de México. Acabó la clase de Taller, los compañeros del equipo y yo, salimos directo a la marcha; pero primero una comida y algunos tragos de pulque para aguantar la tarde que nos esperaba.
Al salir del metro Insurgentes, caminamos hacía el Ángel de la Independencia; ya había comenzado la marcha campesina en defensa del maíz y en repudio al capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que entro en vigor el pasado primero de enero y que obliga a desgravar las importaciones principalmente de fríjol, maíz, azúcar y leche de Estados Unidos Y Canadá.
Nos detuvimos un poco antes del Ángel, donde ya desfilaban campesinos de Yucatán con mantas que contenían mensajes en contra del TLCAN. Cámaras y celular en mano, nos dispusimos a realizar el trabajo; pero decidimos que seria mejor ir al frente, a si que, nos adelantamos para poder alcanzar a los 21 tractores del Movimiento de Resistencia Campesina Francisco Villa; que se suponía encabezarían el mitin.
Durante el trayecto se podían observar mantas y carteles con protestas; tales como: “el TLCAN es bueno, pero para los pinches gringos”, “traemos tortillas, traemos maíz oye Sagarpa no vendas mi país” y algunos que pedían la renuncia del Secretario de Agricultura. Varios contingentes gritaban: “sin maíz no hay país y sin fríjol tampoco”, otro “sacaremos a ese buey de la Sagarpa”, uno más “no somos uno, ni somos cien pinche gobierno cuéntanos bien”. Al pasar por la Torre del Caballito los del grupo de electricistas gritarban: “un, dos, tres huevos” a los policías que resguardaban el edificio adjunto.
Cuando pasábamos por el Hemiciclo a Juárez, nos dimos cuenta que no alcanzaríamos a los tractores; pero decidimos continuar con el trabajo. Seguimos caminando con los manifestantes y entramos por la calle de Madero, luego al Zócalo –medio Zócalo, ya que, el Museo Nómada ocupaba gran parte de la plancha-.
En el podium que se instaló, los dirigentes de las organizaciones daban su informe de inconformidad al TLCAN; faltaba un cuarto de hora para las siete de la noche, cuando se pidió el micrófono para que hablara una niña de unos trece años; vestida con el uniforme de su secundaria empezó a hablar con gran seguridad y sin nerviosismo, esto provocó que los participantes voltearan a las pantallas que se instalaron, para verla y escucharla en su discurso acerca de Benito Juárez, se notaba que todo era memorizado, pero que importaba, al fin apoyando la marcha.
Habían acabado de hablar la mayoría de los grupos y seguían entrando contingentes, organizaciones campesinas y estudiantiles. La creatividad de la gente se hizo presente con figuras como la que simbolizaba al titular de la Sagarpa con cuernos (que al final fue quemada); también un grupo de música banda amenizaba la marcha entonando la canción “Caminos de Michoacán” y cuando entraron los estudiantes fue al ritmo de la batucada.
A la 8 de la noche los participantes se dispersaban, los que venían de otros estados se juntaban para marcharse, otros comían y bebían con mucho placer y orgullosos de haber sido parte de esta manifestación; yo sin dinero, con un boleto del metro y después de haber buscado a mis compañeros, que se habían extraviado me dirigí a mi casa.
Nos pareció que la marcha tuvo mucha participación y fue positiva, ya que, no se presentaron disturbios; se pudo notar que venían campesinos de todo el país. La marcha y la resistencia seguirán, pero ahora en San Lázaro.
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