miércoles, 4 de junio de 2008

Eric Zolov

Eric Zolov

Profesor Asociado de Historia en Franklin & Marshall College. Actualmente se desempeña también como Editor Asociado de la revista TheAmericas: A Quarterly Review of Inter-American Cultural History. Es autor dellibro Refried Elvis: The Rise of the Mexican Counterculture (University ofCalifornia Press, 1999) y co-editor de los volúmenes Latin America and theUnited States: A Documentary History (Oxford University Press,2000), Fragments of a Golden Age: The Politics of Popular Culture in MexicoSince 1940 (Duke University Press, 2000), y Rockin' Las Américas: The GlobalPolitics of Rock in Latin/o America (University of Pittsburgh Press, 2004). Sunuevo proyecto examina el impacto de la revolución cubana sobre la políticamexicana y las relaciones entre US y México en la década de los 60`s.

Rebeldismo en la Familia Revolucionaria

Cuando el rhyttm and blues se convirtió en rock “n” roll alrededor de 1955, la juventud blanca de los Estados Unidos y sus padres quedaron expuestos a un choque de valores que pondría en marcha importantes transformaciones en el panorama cultural de ese país. Y cuando ese mismo ritmo fue importado a México en alas del capital transnacional y en los velices de quienes volvían de viaje, algo igualmente profundo aconteció. El rock “n” roll se convirtió en un prisma discursivo por donde se filtraron las esperanzas, temores y angustias de una sociedad que sufría una rápida modrnización.

La primera probada de rock “n” roll en México tuvo poco que ver con la rebelión. Llegado del extranjero, recorruió la nación a mediados de los años cincuenta, junto con el cha-cha-chá y el mambo, provenientes de Cuba. Sin embargo, más que por complacer a la juventud, se popularizó gracias a las orquesta de jazz que actuaban principalmente para los adultos de la clase obrera y la media.

Al usurpar el papel de los ejecutantes afroamericanos, Elvis Presley y Hill Haley, entre otros, le dieron un rostro más admisible al rhythm and blues, disociando en gran medida esa música de sus creadores afroamericanos.

La primera grabación mexicana en presentar un estilo incorporando el nuevo ritmo fue hecha por el director de orquesta Pablo Beltrán Ruiz, quien en 1956 grabó un sencillo instrumental para la marca RCA-Víctor titulado “Mexican Rock and Roll”.

Los estudios de grabación más antiguos de México fueron fundados en 1936, no por una corporación trasnacional sino mediante la inversión de capital local. Discos Peerless fue fundada por los inversionistas Eduardo Baptista Covarrubias y Gustavo Klinckwort Noehrenberg. Emilio Azcarraga Vidaurreta, con su hijo Emilio Azcarraga Milmo fundaría Telesistemas Mexicano, una cadena de radio y televisión, en 1955. Emilio Azcarraga padre trabajó para la RCA-Víctor desde el inicio de la compañía en México, hasta los años cuarenta, cuando cedió sus responsabilidades a su sobrino Rogelio. A mediados de los años cincuenta la RCA fundó sus propias instalac
iones de grabación, maniobra que llevó a Rogelio Azcarraga a separarse de la cadena de distribución de RCA y a formar una compañía disquera aparte, llamada Orfeón, en 1957. Antes, en 1947, la CBS también había fundados estudios de grabación. Y por esa misma época se fundó una segunda compañía mexicana, Musart, a consecuencia de la separación de Baptista y Klinckwort; para mediados de los años cincuenta, cinco grandes casas disqueras –tres de ellas propiedad de capitales locales (Peerless, Orfeón, Musart) y dos trasnacionales (RCA y CBS) dominaban la producción y la distribución en el mercado mexicano de la música.

De manera general, el gran incremento en las ventas de discos durante los cincuenta puede atribuirse a varios factores. En primer lugar, los adelantos tecnológicos y la manufacturación en gran escala produjeron equipos de sonido cada vez más eficaces a precios más bajos. En seguida, el crecimiento económico de las restablecidas economías europeas y la modernización de las economías del Tercer Mundo. Por último. La llegada del rock “n” roll muy pronto demostró su potencial lucrativo y al poco tiempo transformó de manera radical a la propia industria disquera.

Si acaso las compañías disqueras merecen crédito por la difusión de la música mexicana más allá de las fronteras de la nación, levando el repertorio de canciones rancheras y baladas románticas a lugares tan distintos como Argentina, Japón y Holanda, al mismo tiempo esas mismas compañías sirvieron como vehículos para un torrente de canciones extranjeras en el mercado moderno mexicano.

La transformación del rock “n” roll de un estilo musical adulto a un estilo adoptado por y dirigido a la juventud no tomó mucho tiempo. Una diferencia importante con relación al recibimiento que el rock “n” roll tuvo en los Estados Unidos, donde primero lo experimentaron los jóvenes de la clase trabajadora y luego se lo apropiaron los jóvenes de la clase media y alta, es que México ese proceso fue esencialmente opuesto.

Al igual que en los Estados Unidos, los informes sobre delincuencia juvenil saltaron a las primeras planas de los periódicos mexicanos, y los críticos no perdieron un minuto para asociar la evidente ola de criminalidad con el rock “n” roll y los decadentes valores morales que proponía.

Precisamente en el momento en el que la corriente de la balada parecía drenar la energía que impulsaba al rocanrol, los Beatles llegaron y cambiaron todo. Al igual que en el resto del mundo, la invasión inglesa señalo en México un cambio definitivo en la dirección musical del rock “n” roll hacia aquello que, de manera paulatina fue conocido simplemente como rock. La composición musical y el estilo de ejecución musical cambiaron de modo dramático cuando el nuevo nivel de competencia cruzó el Atlántico y elevó los límites del gusto de los adolescentes.

Si los ingleses invadieron los Estados Unidos a través del Atlántico, a México llegaron a través del Río Bravo. Desde finales de 1964, una nueva ola de grupos que conocían bien el naciente panorama del rock extranjero llegó a la capital mexicana proveniente de varias ciudades provincianas del norte en pos de contratos de grabación y públicos más amplios.

La comercialización de la música de rock ocurría sin que importara la reproducción auténtica del producto de rock original. De manera que el consumo de la música de rock era fetichizado por partida doble: primero por la naturaleza del rock como producto cultural masivo (es decir, el enmascaramiento de la producción que ocurre en el estudio), y en seguida por la distancia inherente de los consumidores mexicanos del rock frente al producto original (situación que distorsionaba aún más el valor de cambio del álbum de rock).

Los espacios más para el rock eran los numerosos clubes juveniles que habían brotado como hongos por toda la capital alrededor de 1965. También en este año la atmósfera de los cafés estaba cambiando, en la medida en que el ambiente se tiño de un cierto grado de consumo de drogas y de alcohol y una atmósfera de desmadre sustituyó el antiguo
acento puesto en la sana diversión. Cerrar los cafés fue, en el mejor de los casos, un recurso momentáneo, si bien tuvo el efecto inmediato de limitar el rock en vivo para las elites de los centros nocturnos. No obstante, el verdadero reto para las autoridades ya se hallaba fermentado en los hogares.

Para los muchachos ser buena onda significaba liberarse del molde social del padre, cuyos valores no sólo estaban inscritos en su aspecto atildado sino también en su lenguaje pulcro y en la música que escuchaba.

La llegada de los hippies

Hacia mediados de 1967, un factor adicional provocaba alarma entre los adultos: el perseverante influjo de jóvenes extranjeros que se identificaban a sí mismos como hippies. Para 1969 un buen número de jóvenes mexicanos también formaba parte de la población hippie en Huautla.
Los hippies eran el reflejo de una crítica radical a la vida cotidiana que se valía de nuevas estrategias y técnicas estéticas para explotar las “contradicciones y contingencias del mundo moderno, sus tensiones y resistencia internas a su propio movimiento de avanzada.
La Onda implicaba un sentido moderno de movimiento y comunicación, como en ola, por una parte, y onda radical y televisiva, por la otra.

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